Vanguardia política y vanguardia literaria

Poetas vanguardistas peruanos
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Parafraseando a André Coyné bien puede decirse que no todos los que sueñan, son poetas; pero sí, en cambio, hay poetas soñadores. En esta relación de poetas soñadores se inscribe sin duda el nombre de Carlos Oquendo de Amat con la misma fuerza que César Vallejo o que Xavier Abril.

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Parafraseando a André Coyné bien puede decirse que no todos los que sueñan, son poetas; pero sí, en cambio, hay poetas soñadores.

Ellos –los poetas soñadores- a través del tiempo forman parte de la Vanguardia, entendida ésta como la expresión contestataria, la fuerza del cambio, la portadora de los nuevos mensajes llamados a modificar la vida y transformar la sociedad.

En esta relación de poetas soñadores se inscribe sin duda el nombre de Carlos Oquendo de Amat con la misma fuerza que César Vallejo o que Xavier Abril.

El poeta que dice:

                          Tuve miedo de ser

                                                          una rueda

                                                                             un color

un paso…

No tuvo miedo de ponerse a la cabeza de las luchas de los trabajadores y de las poblaciones en Arequipa y Puno, por lo que dio con sus huesos en la cárcel y contrajo la enfermedad que lo llevó a la tumba siendo aún muy joven. Tampoco tuvo miedo de enfrentar la represión más desenfrenada en esos años duros y difíciles en los que la libertad era un tesoro muy preciado y la vida  simplemente un riesgo tenerla; ni de morir en las condiciones más adversas, distante de la patria, abandonado por muchos y alejado de los suyos, a los que más quería

Su miedo, no era, en efecto, enfrentar los retos, ni desbaratar el peligro, ni replicar las agresiones de sus adversarios. Su miedo era a perder su identidad, dejarse ganar por el anonimato, convertirse en una ficha en el tablero. Era un espíritu fino que amaba la belleza, los jardines coloridos, la sonrisa de las mujeres.

Sus poemas, para decirlo en palabras de Omar Aramayo, tenían el ritmo del caminante pensativo que cruza las calles, que se sorprende con sus perspectivas, sus vehículos, sus  viandantes,  con sus letreros.

Oquendo y Abril respondían a su tiempo aunque no tuvieran en la vida práctica similar actitud ante las cosas. Estilos, formas, mecanismos de reacción ante los hechos, los diferenciaban;  pero no la voluntad de actuar, ni la pureza de escribir, ni siquiera el modo de soñar, los distanciaba.

Su poesía transparente, diáfana, más bien espiritual, no se vio complementada siempre con una práctica vital revolucionaria, aunque sí con ideas progresistas, concepciones renovadoras, sentimientos avanzados, ligados al progreso del país, los avances del tiempo, los requerimientos de la historia.  

Formaba esta creación literaria parte de la Vanguardia no sólo porque amaba la poesía de Apollinaire y de Rimbaud, sino porque tenía una actitud definida ante el hombre y sus dificultades, ante los ideales y las expectativas que se abrían para los seres humanos en la sociedad que a ellos les tocó vivir. Sus impulsores eran conscientes de los nuevos fenómenos que tocaban su puerta y habían puesto ilusiones y esperanzas en lo que pensaban era el mundo nuevo, el que emergía de las tinieblas y abría paso a un nuevo escenario engalanado de luces y de flores.

EL MUNDO QUE NACÍA

En 1920, cuando nuestros vanguardistas tenían apenas 15 años, el mundo registraba profundos conflictos. Acaba de concluir la primera Gran Guerra , la más cruel y despiadada de todas las guerras producidas hasta ese entonces. Millones habían caído en los frentes, millares de ciudades  habían quedado  arrasadas y destruidas. Europa había sufrido los estragos de un enfrentamiento cuya naturaleza muchos no entendían, y que no alcanzaba  comprenderse sólo como el resultado de la vileza convertida en fuego en la cabeza de los hombres.

La Guerra trajo cambios al mundo. Tres fundamentales: la Revolución Rusa de 1917, la insurgencia obrera contra la explotación capitalista en la Europa central, los adelantos técnico-científicos producto de la potencialidad humana. Y un poco más allá, en el soplo de oriente, el movimiento nacional liberador ligado a la caída del mundo colonial. Signo de los tiempos, sin duda, pero puerta también para que por ella transitaran las expectativas de las generaciones insurgentes, las que buscaban el cambio y lo intuían no como un designio del cielo, sino como una tarea concreta, como una voluntad que debía ser enfrentada por los hombres empeñados en un destino mejor.

Con el mundo que nacía se afirmaba también la inteligencia. Para decirlo en palabras de Mariátegui, los dolores y los horrores de la gran guerra habían producido una eclosión de ideas revolucionarias y pacificas. Y a ellas no era ajeno el pensamiento humano.

De uno u otro modo, el viejo orden social era el nido de las injusticias, la cuna de los sinsabores, la fuente de las desigualdades. Luchar contra él resultaba no sólo  un modo de enfrentarse al pasado, sino también una manera de reencontrarse con el hombre en su verdadera dimensión. 

Del mismo modo que en los preludios de la Revolución Francesa , los Enciclopedistas pergeñaron un derrotero, así también los hombres del pensamiento, a inicios del siglo XX, buscaron el camino. Fue en Francia el Grupo Clarté el que atrajo en un inicio a numerosos pensadores, pero que después fue perfilando su identificación con objetivos más avanzados, e hizo política. “Hacer política –decía Barbusse-, es pasar del sueño a las cosas, de lo abstracto a lo concreto. La política  es el trabajo efectivo del pensamiento social; la política es la vida”.

En ese escenario había surgido una suerte de nuevo pensamiento literario: el Vanguardismo, con sus expresiones más definidas; el surrealismo y el expresionismo. Su bandera era la más amplia libertad en la creación literaria, la insurgencia contra toda norma o atadura formal. En ese entonces se decía que había que luchar contra la razón y contra la lógica, y se acuñaba una frase sugerente: la mejor razón, es la sin razón. Un punto de partida, por cierto, que a unos condujo a expresiones más avanzadas, y a otros retuvo, perdiéndolos en el “purismo”. Una manera de hacer literatura como si ella fuera un fin en sí misma.

En el Perú el crisol de la concepción vanguardista tanto en el plano de la literatura como en el de la política, fue la revista Amauta , que vio la luz en septiembre de 1926, y que estuvo a punto de llamarse, precisamente Vanguardia. Pero la Vanguardia como tal, asomó en las distintas áreas de la creación intelectual, en la poesía, en la narrativa y en la historia. Y los exponentes más definidos, como se sabe, fueron Vallejo, Oquendo de Amat, César Moro, Xavier Abril, Martín Adán, Juan Parra del Riego, Adolfo Westphalen, Alberto Hidalgo; pero también el propio Mariátegui, y Jorge Basadre, que aportaron al pensamiento en distintos campos pero crearon con un mismo objetivo: afirmar la idea nacional vinculada a la lucha por la transformación del país.

EL CONCEPTO DE LA VANGUARDIA

No son radicalmente distintos  los conceptos que se usan en la política y en la literatura. En los dos campos, hay que entender la vanguardia como la fuerza que se coloca a la cabeza de la renovación, en la primera fila en la lucha por el cambio. Ser Vanguardia entonces es ser el destacamento avanzado, estar al frente, en la primera línea, afrontando todos los riesgos

Pero aún este concepto asoma limitado si se considera el verdadero rol de la Vanguardia. Ella no sólo es la fuerza que está adelante. Es también la que ve más lejos, la que mira más alto, que otea el horizonte, que intuye lo que habrá de ocurrir y se da cuenta, por eso mismo, del camino que será necesario tomar para arribar el objetivo definido.

La Vanguardia, cuando es auténtica y no impostada, cumple una misión guía, orientadora, Es la fuerza capaz de avizorar la ruta que han de seguir los hombres y los pueblos en la lucha por un porvenir mejor. Y para ello, tiene que crear intelectual y espiritualmente sus propios moldes, romper esquemas, enfrentar formalidades y usos tradicionales, recurriendo no sólo a la sabiduría o al estudio, sino también a la intuición, a la imaginación, a la magia entendida como la capacidad para entender el pensamiento de los hombres y sus posibilidades de acción.

En política, esto implica llegar al pueblo no sólo en contiendas electorales, cuando hay que ofrecer y cosechar, sino en las duras y difíciles etapas en las que es gris el escenario y en las que resulta difícil, y sobre todo riesgoso, jugar las cartas de la lucha. Y en literatura, es darle a la rebelión un sentido concreto: alzarse contra las modalidades dominantes.

Asumir el papel de Vanguardia es entonces encabezar la rebelión contra las formas clásicas. Contra la métrica y la rima en poesía, pero conservando el ritmo, la musicalidad, la belleza expresiva. Es decir, cambiando las maneras, pero conservando la esencia del fenómeno.

No en todos los casos la poesía de Vanguardia recoge el mensaje social indispensable. Y eso ocurre cuando el creador literario resulta ajeno al escenario en que se mueve. Y de eso hay muchos ejemplos por cierto.

Como se recuerda, en sus 7 Ensayos Mariátegui subraya que Eguren no comprende ni conoce al pueblo. Ignora  -dice- al indio, lejano de su historia y extraño a su enigma… pero no comprende -tampoco- ni la civilización capitalista, ni el mundo occidental. En Eguren, el mensaje de vanguardia en el plano de la literatura no se complementa, en efecto, con una actitud de vanguardia en el plano de la política. Pero eso no lo hace menos creador, menos poeta, menos figura de la inteligencia peruana. Y es que, como lo señala el Amauta “así como hay una música y una pintura de cámara, hay también una poesía de cámara. Que, cuando es la voz de un verdadero poeta, tiene el mismo encanto”.

Capaz de entender la verdadera naturaleza de la creación literaria, Mariátegui, se colocó por la fuerza de sus ideas en el puesto de vanguardia. No lo hizo por presunción. Tampoco por soberbia. Menos aún por desdén hacia otros pensadores o literatos. Lo hizo porque fue consciente que ese era su deber, su manera de cumplir con la tarea que se había impuesto. Su vida, diría en algún momento, era como una flecha que tendría que dar en el blanco, y no podía caer en el intento.

Por eso pudo descubrir no sólo la raíz de los males que afectaban al conjunto de la sociedad, sino también rodearse de un grupo humano muy selecto, y avizorar en cada caso las estrellas del universo literario. Oquendo de Amat tenía apenas 23 años y era un modesto provinciano llegado a la capital en condiciones muy precarias, pero ya Mariátegui lo “descubrió” como poeta publicando en Minerva su célebre “5 Metros de Poemas”, en una edición bellísima, que debía abrirse “como quien pela una fruta”. Y descubrió, al mismo tiempo, al genio de Vallejo a partir de sus primeros poemas y su controvertido “Trilce”, al propio Eguren, Alberto Hidalgo, Magda Portal, una simple muchacha pueblerina.

El Amauta asumió, quizá sin saberlo, su rol de vanguardia desde 1917, cuando saludó a la Revolución Rusa , considerándola como el fenómeno mas importante de su época; se vinculó luego a las acciones del naciente proletariado peruano entre 1918 y 1919; forjó su acera conciencia de clase en su periplo europeo, entre 1919 y 1923; publicó su primera obra -La Escena contemporánea- en noviembre de 1925; fundó la revista Amauta en septiembre de 1926; y no desmayó hasta iniciar la construcción del Partido en 1928 y la Central obrera un año después.

Toda esa fue, sin duda, una obra de vanguardia que se extendió a todos los planos de su accionar. Se inició con Mariátegui como una vanguardia intelectual, literaria y cultural, y se proyectó pronto como una vanguardia política fundiéndose en un sólo objetivo: cambiar el país. Sacarlo de la mediocridad en la que lo tenía sumido el régimen político entonces vigente, y abrir desde la base misma de la sociedad la fuerza del cambio, pero un cambio radical, es decir, un cambio a partir de la raíz misma de la sociedad peruana.

EL APORTE LITERARIO

Asegura Alberto Tauro que Oquendo de Amat hasta 1929 era “un soñador desconocido e inmune ante los embates de la realidad”. Y es que hasta ese entonces - anota Varallanos- se declaraba, y lo fue, un poeta apolítico, cultor de la “poesía pura”.

Su creación literaria lo confirma sin ninguna duda:

Para ti

tengo impresa una sonrisa en papel japón

Mírame

que haces crecer la yerba de los prados

Mujer

mapa de música        claro de río        fiesta de fruta

En tu ventana

cuelgan enredaderas de los volantes de los automóviles

y los expendedores disminuyen el precio de sus mercancía

d é j a m e    q u e    b e s e    t u    v o z

                                tu voz

QUE CANTA EN TODAS LAS RAMAS DE LA MAÑANA

Nos dice Oquendo en uno de sus poemas más logrados cuando tenía -él lo dice- 19 años, y una mujer parecida a un canto.

Amanece lloviendo. Bien peinada

la mañana chorrea el pelo fino.

Melancolía está amarrada;

y en mal asfaltado occidente de muebles hindúes

vira, se asienta apenas el destino

Nos dice Vallejo en su poema LXIII de Trilce

Y Xavier Abril en Difícil trabajo, canta:

Estás en mí tan lenta que parece agua continua. Te veo caer

                                                   /en mis últimos

sueños, en blancos espacios de soledad. A la distancia

                             /mínima del deseo y la belleza

oigo la música de tu cuerpo en la yema de mis dedos

¿Compromiso social? ¿Dónde está el compromiso social? podría preguntarnos asustado el crítico estrecho y sectario que analiza la obra al margen de la realidad en una circunstancia en la que la realidad es nada menos que la vida práctica del poeta empeñado en crear su obra literaria, y con capacidad de hacerlo.

El Oquendo que hasta 1929 se declaraba “poeta puro”, ya en 1930 estaba en Huancané organizando en sindicatos a los trabajadores ferroviarios y tres años más tarde en Arequipa organizando también la Unión Sindical , precursora de la Federación Departamental de Trabajadores que hasta hoy existe.

Carlos Meneses se preguntará después si este poeta, encarcelado luego de sus luchas en el sur y después confinado en El Frontón, fue deportado, o si más bien prefirió el exilio. Y lo hace tal vez con ingenuidad, porque quizá no percibe que no existe diferencia siquiera de matices entre una u otra categoría.

Y es que alguna vez también ciertos historiadores se preguntaban si Salvador Allende, en Chile, fue asesinado, o si resolvió más bien suicidarse. Como si no se dieran cuenta que existen muchas maneras de matar a un hombre. Una de ellas es, precisamente, obligarlo a pegarse un tiro.

No hay duda que Oquendo se vio forzado a salir del país en una circunstancia en la que no tenía otra alternativa. Y cuentan los que conocen su historia que en Panamá fue detectado y encarcelado como un “peligroso comunista” que huía de su país. Tuvo la suerte de conectarse con quienes alcanzaron a salvarlo y lo pusieron en manos más seguras, primero en Costa Rica, después en México, y finalmente en España, donde murió atravesado por la tuberculosis en marzo de 1936, pocos meses antes que estallara en el país la Guerra Civil.  

La Guerra Civil obligó a su vez a Xavier Abril, a salir de España y retornar a América latina, asentándose en Montevideo donde ejerció un largo periodo de actividad diplomática que no lo hizo olvidar sus antiguas relaciones, sus compromisos vitales, sus objetivos de vida. A cambio de Oquendo, Abril no fue un activista revolucionario. Fue un poeta, pero también un crítico y un observador literario de aguda perspicacia.

Y la Guerra Civil que congregó a los intelectuales antifascistas -a la Vanguardia europea y mundial- en Valencia en 1937, forzó también a César Vallejo a migrar, rumbo a la muerte. Como se recuerda, murió en París, de hambre, dicen unos; de angustia, aseguran otros. De España, confirman los que le conocieron más de cerca. Y es que murió escribiendo:

Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo, oró de cólera

y soberanamente pleno, circular cerró su natalicio con manos electivas

arrastraban candados ya los déspotas

y en el candado sus bacterias muertas…

LAS LECCIONES DE LA VANGUARDIA

No hay duda que La Vanguardia dejó tanto en el plano literario como en el político una estela definida.

Sepultó, primero, el viejo modo colonial de escribir, de pensar y de actuar, abriendo una perspectiva de cambio que generó posibilidades de desarrollo creador.

Afirmó un nuevo papel a la literatura pero, sobre todo, al pensamiento humano, a la fuerza de las ideas y a la necesidad de mezclarlas con acciones verdaderas.

Confirmó entonces la unidad existente entre el hombre y su creación literaria. Entre la realidad y el poeta.

Fortaleció el rol de la intelectualidad demostrando la importancia que tenía crear belleza, al tiempo de unir sus sentimientos con las aspiraciones de las multitudes.

Fue, finalmente fuente para las nuevas generaciones literarias. Gustavo Valcárcel, Alejandro Romualdo, Gonzalo Rose o Washington Delgado, no se explicarían si no hubiesen heredado las mejores experiencias literarias y los más caros ideales de Oquendo de Amat, Eguren, Xavier Abril o César Vallejo.

Aun hoy, los poetas de nuestro tiempo miran con respeto y con afecto a La Vanguardia y la han ubicado ya en un lugar de honor de nuestra literatura y nuestro pensamiento.

Y es que La Vanguardia sirvió también para amalgamar conceptos y demostrar que complementa sus objetivos cuando es, al mismo tiempo, vanguardia literaria y vanguardia política

La autoridad que ha afirmado en el país el ejemplo de Mariátegui, la fuerza de su ejemplo y de su obra son expresiones definidas de La Vanguardia en nuestros días.

Cuando en el mes de noviembre se cumplan 80 años de la publicación de La Escena Contemporánea podremos asegurar que fue como un resplandor en el abismo y tuvo, entonces, la virtud de abrir un derrotero de lucha en procura de nuevas realidades.

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