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Inconfundible el logo: un caballo estilizado de Cristina Gálvez, bien rojo. ¿De qué otro color podía ser? Escribió Cisneros en su elogio del caballo: El Cid y Babieca, Roy Rogers y Tigre, Lord Byron y Lightning, el Llanero Solitario y Silver, el Quijote y Rocinante. Hombre y corcel como una sola cosa superior —el sueño del centauro— que pasan enhebrados a la historia. Celebremos simplemente que nuestro suplemento no se llame “El Volkswagen Rojo”.

El Caballo Rojo 1Los ochenta fueron años de conmoción en el Perú: convulsos, desbordados, caóticos, intensos. Nunca como entonces hubo tal c antidad de iniciativas, de esperanzas, de desengaños. Lo bueno y lo malo creció y se multiplicó, y entre esos borbotones creativos apareció, en mayo del ochenta, el mejor suplemento que un diario haya producido en el país. Se trata de El Caballo Rojo, suplemento dominical del Diario de Marka, el periódico de la izquierda peruana. El director de ECR era Antonio Cisneros, a quien hay que reconocerle no solo sus méritos poéticos sino también los periodísticos. Fue un producto irrepetible e inimaginable en estos tiempos. (Inimaginable por los temas y las reflexiones, por la densidad, por su forma de sábanas largas.) ¡Qué tiempos aquellos en los que leer no era cosa de una secta!

Los domingos era obligatorio correr al quiosco más cercano para comprarlo.Se comentaba y se leía en voz alta. Había artículos largos y densos en el buen sentido del término. (En esta época, en cambio, denso es sinónimo de incomible.) Dijo Cisneros: “Nuestra aparente densidad no es casual. Tratamos de ofrecer un material de lectura a las mayorías que no podrían conseguir o comprar”.

Inconfundible el logo: un caballo estilizado de Cristina Gálvez, bien rojo. ¿De qué otro color podía ser? Escribió Cisneros en su elogio del caballo:

El Cid y Babieca, Roy Rogers y Tigre, Lord Byron y Lightning, el Llanero Solitario y Silver, el Quijote y Rocinante. Hombre y corcel como una sola cosa superior —el sueño del centauro— que pasan enhebrados a la historia. Celebremos simplemente que nuestro suplemento no se llame “El Volkswagen Rojo”.

En la portada se combinaban las buenas fotos y los grabados. Pero lo que realmente llamaba la atención era el contenido. Se podía optar por reducir el puntaje tipográfico con tal de que el artículo entrara en el espacio designado y no se tuviera que recortar. Había tanto debate, tantos tótems y tabúes que derribar, parricidios, duelos y demás enfrentamientos, que cualquier espacio quedaba chico.

Era la época de la efervescencia izquierdista. La izquierda ingresa en las altas esferas de la política nacional, y era común ver en las páginas de El Caballo largas polémicas sobre su futuro, sus devaneos y sus desconciertos. Todavía tenía sentido preguntarse si otro mundo era posible, o mostrar entusiasmo por revoluciones como la nicaragüense, que hoy dan vergüenza ajena.

En El Caballo Rojoera frecuente encontrar conversatorios sobre temas de política, debates sobre los aportes de nuestros grandes pensadores, junto a temas de lo más cosmopolitas y audaces. No había restricciones. El caballo galopaba suelto de riendas.

Esto era un mérito. Recordemos que era el suplemento del periódico de la izquierda, pero lograba mantener una independencia a prueba de balas, seguramente a costa de muchas ráfagas verbales y divergencias con las cabezas de los conglomerados políticos que dirigían el Diario de Marka. Por el contrario, el caballo corría libre y tenía una frescura y una desfachatez que les habrían sido negadas a los militantes. Si Cisneros hubiese estado bajo la égida de algún partido, le hubieran revisado hasta las comas, acusado de proyanqui y alienado por difundir tanto arte y literatura estadounidenses, o le hubieran impuesto entrevistas a los poetas “comprometidos”.

Año 1980
Elecciones en abril. PPC apoya incondicionalmente a Belaunde. La izquierda obtiene 10 senadores y 7 diputados en Lima. Victoria belaundista. Devolverán diarios a sus ex dueños antes del 28 de julio.

En mayo de ese año aparece el primer número de El Caballo Rojo, en formato tabloide, papel periódico y con doce páginas. La gente de planta y los colaboradores eran de primer nivel. Muchos de ellos ahora ocupan cargos importantes, como el poeta Marco Martos, actual presidente de la Academia Peruana de la Lengua. Su primer artículo fue un homenaje a Javier Heraud, con un análisis de su poesía y una entrevista al padre del poeta asesinado. Otros ya no están, como Wáshington Delgado, uno de los mayores representantes de la poesía de los años 50. En ese primer número escribe sobre Alejo Carpentier. Otros están haciendo carrera fuera del país, como el poeta y profesor universitario Edgar O’Hara que, además de escribir un poemario por año, se encargaba de las críticas y reseñas de libros. Algunos ocupan cargos en el gobierno actual, como el canciller Roncagliolo o Luis Peirano, ministro de Cultura, que escribía los comentarios teatrales al alimón con Abelardo Sánchez León, quien se ha convertido en un prolífico escritor.

César Lévano, el actual director de La Primera, era fiel —y sigue siéndolo— a los temas políticos. En ese primer número tituló su artículo 1945: El APRA en el poder, con lo que puso el dedo en la llaga, al recordarles a los apristas ese vergonzante cogobierno con la oligarquía pradista. Otros artículos sobre política fueron: “Marxismo y cristianismo”, “El pobre Hegel y el APRA”, “Basadre y el socialismo”Al poco tiempo se les unió Raúl González, un periodista del que se dijo que confundió amigos con enemigos. Pero eso fue varios años después. En ese momento era un entusiasta reportero que se inmiscuía en cuanto evento político hubiera. (Hablamos de una época en la que todavía existían las organizaciones y había estructura partidaria.) Su “Crónica de Trujillo: Entretelones de una ruptura”, alude a la crisis del APRA luego de la derrota de Villanueva del Campo en las elecciones de 1980.

A este equipo inicial se sumó el crítico de arte Alfonso Castrillón, con sus artículos sobre artistas plásticos como Gerardo Chávez o Tilsa Tsuchiya. En una de sus reseñas habla de una todavía desconocida Lika Mutal, recién llegada de Holanda, pero de la que ya llamaban la atención sus esculturas en piedra. Sobre ellas dice: “La piedra desasida es aquí una paloma en busca de peligro”. Muchos años después, las piedras de Mutal se fueron a juntar en El ojo que llora.

El académico Antonio Cornejo Polar se explayaba en largos artículos de crítica literaria; Gregorio Martínez, un escritor del que ya se conocía su Canto de sirena, escribía, con su estilo afro-coyungano, crónicas sobre Lima como ésta:

Parque Universitario: Torre de Babel

3 p.m. Gramita prohibida a pitazo limpio; tanqueta policial verde buñiga; alambradas y clavazones embarrados con aceite quemado, por joder, solo por joder… Los domingos el Parque Universitario es más Babel que nunca.

Eran infaltables las columnas de ajedrez, a cargo de Marco Martos, fanático ajedrecista que incluso tiene un poemario titulado Jaque perpetuo; las columnas de filatelia a cargo de Carlos Garayar; las de música popular en las que Juan Luis Dammert —en esa época integrante del grupo Amaru (casi tan famoso como Tiempo Nuevo)— escribía sobre huaylas antiguo o recomendaba programas radiales folclóricos.

Al poco tiempo se unió al equipo Carlos Tovar, Carlín, y la agudeza e inteligencia de sus caricaturas introdujeron la cuota de humor en el suplemento.

Ese año, la salsa entraba tímidamente en el mercado musical limeño, y fue acogida con entusiasmo por los jóvenes intelectuales y progresistas. El acontecimiento del año fue la primera visita a Lima del poeta de la salsa, Rubén Blades, y del malo del Bronx, Willie Colón. Además de incluir la entrevista, “La salsa del poeta”, un joven y todavía contestatario Óscar Malca escribió “Los marginados tienen la palabra”:

Paredes descascaradas, un desgarbado mozo siempre somnoliento y una estridente rocola donde la salsa es el ingrediente principal, hacen quizá que La Gruta sea escenario de la nocturna coexistencia del lumpen con el homosexual… La salsa ha comenzado a competir con la música Disco. (“Quítate tú pa’ ponerme yo”.)

Año 1981 
Crisis económica. Paquete de alzas. Protestas. Diversos sectores piden la renuncia del ministro Ulloa.

Hubo una burbuja teatral en ese periodo que fue rápidamente absorbida cuando los atentados se multiplicaron en la capital. Mientras tanto, Abelardo Sánchez León continuaba escribiendo sobre teatro y se refería al Arlequín, perdido en Jesús María, y destacaba el trabajo de ese delgadísimo actor de carácter que es Edgar Guillén: “Nos coloca cara a cara con el dramatismo creciente en el mundo personal del homosexual, con la obra La locura de la señora Bright”.

Otros colaboradores que se asomaron por allí fueron Antonio Muñoz Monge con sus temas de siempre, como el de la fiesta del Santiago en Tayacaja, Huancavelica. Juan Gargurevich, el ahora decano de la Facultad de Comunicaciones de la PUCP, que analizaba el comportamiento de los medios. Escribió, por ejemplo, sobre la objetividad en el periodismo importada por Pedro Beltrán en La Prensa. El crítico de cine Juan Bullita, quien unos años después se quitaría la vida, entrevistó a Francisco Lombardi y le formuló una pregunta que sigue siendo válida treinta años después: “¿Avanza el cine nacional?”. Los arquitectos también tenían cabida: Jorge Burga y su “Guía de una fachada limeña”,yWiley Ludeña, reconocido actualmente como teórico y urbanista, presenta uno de sus primeros textos: “Ruy Ohtake y el fantasma de Brasilia”.

“La cartelera limeña está para llorar”, se quejaba entonces Rosalba Oxandabarat, la prolífica periodista del apellido tipo trabalenguas, y de la que solo se sabía que era uruguaya. Podía escribir sin pestañear dos largas críticas cinematográficas, una reseña de un libro y un largo artículo de fondo en un mismo número. Era incisiva y acertada, y podía también ser implacable. Sabía destruir una película con gracia, como lo hizo con Hair: “Esdesbordante, efectista, tan pletórica de recursos imaginativos como los coloridos vericuetos de una indumentaria hippie”.

Cuando todavía Ricardo Bedoya estaba atrincherado en Hablemos de cine, ella era la que daba la línea. Todas las películas que marcaron época pasaron por su pluma. Desde Manhattan, de Woody Allen, hasta El imperio de los sentidos, la película erótica que incomodó a muchos y provocó larguísimas colas en el cine Roma.

Antonio Cisneros justificó su fama de buen conversador ese año, inaugurando una sección en la que, acompañado de otros pesos pesados, se explayaba sobre diferentes temas con invitados de lujo, como esa conversación con Macera y Martos sobre el 28 de julio y la independencia que no terminó. En esa misma línea, recogían las conversaciones entre personajes o políticos influyentes, como la de Javier Diez Canseco y Carlos Roca, en la que reflexionaban sobre la posibilidad de unión entre el APRA y la izquierda (que, a la vista de lo vivido, ahora nos parece tan fútil); o la conversación entre los jovencitos Gustavo Espinoza y Carlos Tapia (con pelo) sobre “Bolivia, Polonia y otras espinas”.

También ese año apareció una columna que no perdonaba a ninguno de los intocables de la izquierda, y era completamente irreverente: La ventana siniestra, firmada por Raymond Chandler, el escritor de novelas negras. Dice la leyenda que uno de los que la escribía era el propio Cisneros. Como era pronosticable, no tuvo larga vida.

(Chandler narra un encuentro con Ricardo Letts): Lo había visto en televisión hablando sobre Polonia, compitiendo en ortodoxia con Gustavo Espinoza. Nos dijo: “Soy líder, caudillo y poeta. Reconózcanme”. Lo dejamos hablando solo en una esquina.

El poeta Paco Bendezú aparece escribiendo largos artículos sobre su obsesión por las divas de Hollywood. ¿A quién le importaba la rivalidad entre Brooke Shields y Bo Derek? Pero lo hacía con tanta gracia, que le dieron carta libre para babear por Marilyn Monroe y elogiar a Dolores del Río, llamándola la diosa del cine. En su artículo “La increíble Bette Davis” sostuvo:

No concibo a alguien prendado de su aspecto físico: bajita, poco agraciada, con un aire “shocking” y antipático de brujita de utilería de las escuálidas compañías de cómicos de la legua.

Empezaron a publicarse también los artículos siempre bien escritos de Carlos Iván Degregori, quien todavía se podía preguntar, sin sonar trasnochado, cuándo muere un revolucionario, a raíz de la muerte de Esteban Pavletich.

Año 1982
Gobierno desata huayco de precios. Arbitrios suben al 100%. Desaparece la leche ENCI. Gasolina se eleva a 510 soles. Guerra de Las Malvinas.

En ese momento asoma sus narices Víctor Hurtado, un ratón de biblioteca, un estilista, un cultor de la palabra afilada. Para algunos, el periodista más brillante de su generación, que un día decidió dejar todo y mudarse a Costa Rica. Comenzó escribiendo sobre política y desde El Caballo lanzó su tesis híbrida del hayismo-leninismo, que dejaba traslucir su admiración por el joven Haya de la Torre. Fue de los que rápidamente se convirtió en uno de los críticos más duros de Sendero Luminoso. Esto queda claro en sus artículos “Fascismo: Sendero es el camino”,y su carta “Miseria del terrorismo”.

Otro grande que inicia sus colaboraciones sistemáticas fue Alberto Flores Galindo, el intelectual que murió demasiado pronto, antes de concluir su aporte a la historia del Perú. Su primer artículo fue “Forjando la conciencia obrera (Mariátegui y su relación con el movimiento obrero)”.

Dos buenas columnas de opinión aparecieron entonces: “El trotar de las ratas”, a cargo de José María Salcedo, y “El estoico elefante”, escrita por Juana Carrá, especializada en crítica de televisión, que no se casaba con nadie. En una oportunidad enfiló la puntería contra Malú mujer, una serie brasileña de culto. Sobre ella dijo que presentaba una visión idealizada de la mujer divorciada.

El tema de género se puso sobre el tapete: el movimiento feminista empezó a cobrar fuerza en el país, y esto se reflejó en las páginas del suplemento. Maruja Barrig inicia sus colaboraciones permanentes con su artículo “El feminismo real”. Es entonces que contraataca Luis Pásara y, siempre a contracorriente, escribe sobre “El virus del feminismo”:

Ni a un enemigo debemos desearle las consecuencias de tener como mujer a una feminista.

A estas alturas, los fanáticos del suplemento ya estaban familiarizados con personajes como la periodista italiana Oriana Falacci, la norteamericana Susan Sontag, o el mexicano Carlos Monsiváis; con la prosa de Eduardo Galeano; con los padres de la novela negra; con la historia de Al Capone; con sucesos como la injusta ejecución de los anarquistas Sacco y Vanzetti; con la carta que Mao le escribe a su esposa Chiang Ching refiriéndose a la Revolución Cultural; con Alejandra Kolontai, la revolucionaria rusa que escribió el libro La mujer nueva y cuyos planteamientos sobre la nueva moral sexual fueron desautorizados por el propio Lenin; con el jazz; con músicos fuera de serie como Bob Dylan o Joan Baez; con el teatro de Betolt Brecht; con la poesía de Jacques Prèvert y la nueva poesía del mundo entero.

Tampoco faltaban las curiosidades, como este poema del Che Guevara:

El mar me llama con su amistosa mano.
Mi prado —un continente— se desenrosca 
suave e indeleble
como una campanada en el crepúsculo.

Año 1983
Caída del Gabinete Ulloa. Inflación alcanza el 72,9%. Sendero Luminoso toma la ciudad de Ayacucho en paro total. El Niño causa inundaciones en Piura.

La novedad es la sección “El lagarto sentimental”, una especie de consultorio del corazón chacotero. Un tal Tomás Azabache aconsejaba a los inconsolables científicos sociales que pasaban por diferentes crisis, y las despistadas compañeras izquierdistas le preguntaban: ¿Qué hago, señor Azabache?

A estas alturas, todos los personajes políticos que daban que hablar habían desfilado por las páginas de El Caballo,desde Rolando Breña por la izquierda, hasta Manuel Ulloa por la derecha (en una polémica entrevista de Ricardo Letts, que se la tenía jurada). Una entrevista de Eduardo González a Alva Orlandini se titula: “Agarrando lechuzas”.

Rosalba Oxandabarat que, a esas alturas, era redactora principal, y no conocía de temas vedados, escribía sobre el juicio de Klaus Barbie, sobre el suicidio del gran escritor austriaco Stephan Zweig (“Un adiós a tiempo y de pie”), o sobre la injerencia norteamericana en Nicaragua.
Aparecen nuevos colaboradores como Guillermo Niño de Guzmán: “Charlie Parker, genio maldito del jazz”;Agustín Haya: “IU: triunfo nacional”; Rafael Roncagliolo: “De huelgas y vaticinios”; Mito Tumi: “Rodolfo Hinostroza, el poder de la palabra”;Alonso Ruiz Rosas: “Gamaniel Churata, el iluminado”.

Año 1984
Caso Uchuraccay sigue sin esclarecerse. Juramenta Alfonso Barrantes Lingán como alcalde de Lima.

El Caballo Rojo fue territorio liberado durante tres años. A inicios de ese año, mientras asumía la alcaldía el primer alcalde izquierdista del Perú, hubo un remezón en el Diario de Marka, que ya andaba convulsionado por las pugnas partidarias, y en el mes de febrero Ricardo Letts asumió la dirección del suplemento. En ese momento escribe un artículo en el que manifestó explícitamente que El Caballo sería “menos exquisito y menos exclusivo”.

Después de algunos meses, lo reemplaza Carlos Iván Degregori, que trató de mantener cierto nivel y combinar los temas políticos con los literarios. Siguen escribiendo algunos intelectuales de primera como Alberto Flores Galindo, quien, sorprendido por el multitudinario mitin de cierre de campaña de Barrantes, titula su artículo “IU: Entre la multitud y la incertidumbre”. El actual canciller Roncagliolo continúa una reflexión sobre Izquierda Unida que había iniciado el ahora aprista Agustín Haya, relativa a un eventual triunfo de esa agrupación en las elecciones del 2005. (Mirando en retrospectiva, sorprende que consideraran la posibilidad.) Empiezan a colaborar Santiago Pedraglio y Eduardo Cáceres. El debate giraba en torno a la vocación de universalidad de José Carlos Mariátegui.

Casi a finales del año, a Degregori lo reemplaza Carlos Angulo. Con este nuevo director y el cambio de timón, fue evidente que la cabalgata estaba llegando a su fin. Al caballo chúcaro le habían sujetado las riendas.

 

Recuerdos equinos

MARCO MARTOS
Marco Martos Carrera es poeta, escritor, periodista, crítico y, actualmente, presidente de la Academia Peruana de la Lengua y catedrático de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. A inicios de la década de 1980 trabajó en el suplemento dominical El Caballo Rojo como redactor general.

–¿Cómo llegaste a conocer El Caballo Rojo?
–Trabajé allí como redactor general.
¿Qué generó ese suplemento en el periodismo cultural?
–Procuró amalgamar una actitud política con una cultural; trató de ser el embrión de una cultura popular.
–¿Cómo repercutió en la prensa peruana?
–El filósofo neerlandés Baruch Spinoza decía que todo quiere durar: la piedra quiere ser piedra, el ser humano ser humano, etcétera. ECR tuvo su tiempo, pero se le recuerda y eso vale.
–¿Consideras que fue el primer medio de periodismo cultural de investigación (reporteros culturales)? ¿Por qué?
–La teorización viene después. El Caballo Rojo tenía una práctica cultural cada domingo; no era una estructura teorizada, era una práctica por la pasión.
–¿La crisis económica y política abrió la oportunidad para plantear a la cultura como eje de desarrollo, o más bien afectó los logros alcanzados?
El Caballo Rojo creía, sin decirlo explícitamente, en aquello que sostuvo el pensador italiano Antonio Gramsci: la necesidad de tener intelectuales orgánicos. 
¿Hay algo después de El Caballo Rojo como suplemento dominical? ¿Por qué no se generó nuevamente un periodismo de investigación cultural?
–Fracasado el proyecto de izquierda, nadie ha tomado la posta. La prensa nacional posterior es bastante inferior a la de otros países, y no hace ningún esfuerzo por salir del marasmo.
[Algo más que escribe Marco Martos sobre el suplemento El Caballo Rojo y Antonio Cisneros, su director, aquí.]

SANDRO CHIRI 
Sandro Chiri, escritor, poeta y crítico de literatura, nació en el Callao en 1958. Ha publicado los poemarios Poemas de Filadelfia (Philadelphia Poems, edición bilingüe con traducción de Raymond McConnie y fotografías de Robert Dewey, 2006), Viñetas (2004), Y si después de tantas palabras (1992) y El libro del mal amor (1989). Ha elaborado la antología de relatos El cuento en San Marcos (2002), con Carlos Eduardo Zavaleta. Los poemas y ensayos de Chiri han sido difundidos en libros y revistas de América del Sur, Europa y Estados Unidos. En la actualidad dirige la revista de artes y letras La Casa de Cartón.

–¿Cómo llegaste a conocer el suplemento El Caballo Rojo?
–En los primeros años de la década de 1980 yo era aún estudiante de Literatura en San Marcos. Eran tiempos de efervescencia política, poética y académica. La aparición del Diario de Marka (como prolongación de la revista de homónimo nombre) marcó un hito en la historia de la izquierda peruana, en especial  su espléndido suplemento dominical, El Caballo Rojo, que editaba el poeta Antonio Cisneros. Era de lectura obligatoria entre estudiantes y profesores universitarios de entonces.
En sus páginas, además, escribían casi todos mis profesores, desde Wáshington Delgado, pasando por Francisco Bendezú y Antonio Cornejo Polar, hasta el joven maestro Carlos Garayar de Lillo.
–¿Qué generó en el periodismo cultural?
–Una auténtica revolución de contenidos. Sus páginas albergaron lo mejor del periodismo socialista peruano, heredero de Mariátegui; lo mejor de las Ciencias Sociales de entonces, y, por cierto, lo mejor de lo mejor de la literatura hispanoamericana.
Todo ello debido al talento y a los contactos de Toño Cisneros y su equipo de trabajo, en el que aparecen  nombres destacados como los de Lucho Valera Díaz, Marco Martos y Mito Tumi.
–¿Cómo repercutió El Caballo Rojo en la prensa peruana?
–A partir de ECR el periodismo cultural peruano se ventila y oxigena notablemente. Una prueba de ello fue que un diario como La República editó un suplemento dominical que le daba una generosa cantidad de páginas a la actividad cultural y a la reflexión sociológica.
–¿Consideras que es el primer medio periodístico cultural de investigación?
–En realidad, yo pienso que detrás de El Caballo Rojo hay una rica tradición de periodismo cultural en el Perú, específicamente periodismo literario. Acaso el lejano germen de todo ello esté en la revista Colónida (1916), de Abraham Valdelomar. A partir de allí bien podríamos citar todo lo que vino después: Amauta (1926-1930), de Mariátegui; Amaru, de Westphalen; la Revista Peruana de Cultura, de Puccinelli; Cielo Abierto, de José Antonio Bravo, y, más tarde, de Javier Sologuren; entre tantos esfuerzos de gran valía. El Caballo Rojo pertenece a esa tradición. No olvidemos que Cisneros, cuando joven, fue asistente de edición de Amaru, la revista cultural de la UNI, que dirigía el poeta Emilio Adolfo Westphalen, a la sazón fino editor.
El diario (Marka) aparece en 1980, en medio de una crisis. Y con él vino ECR, que presentó a la cultura como un punto clave en la concepción del desarrollo. ¿Las crisis abren la oportunidad para plantear a la cultura como eje de desarrollo, o más bien afecta los logros alcanzados? 
El Caballo Rojo fue el producto cultural más refinado que dieron los años 80. Tu propia pregunta encierra un diagnóstico certero.
¿Hay algo después de él como suplemento dominical? ¿Por qué no se genera nuevamente un periodismo de investigación cultural?
–De alguna manera. Domingo, de La República, ha continuado con ese espíritu.
–¿Consideras que se subestima la participación de los medios en las políticas culturales?
–La cultura en el Perú no escapa de la égida política. Es casi imposible desarrollar agendas culturales sin determinaciones políticas.
–¿Cuál es el legado de El Caballo Rojo a la prensa peruana? 
–La amplitud de criterio, su afán didáctico, su buen gusto en el diseño con poco, la calidad de los colaboradores, la hondura de los análisis y la dadivosa presencia de la buena poesía.

 

(*) FUENTE: http://www.revistaideele.com/ideele/content/caballo-ilustre

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