Ave Soul, de Jorge Pimentel, publicado por primera vez en Madrid en 1973. Editado luego en Barcelona (Ediciones Sin Fin, 2013) y ahora en Lima (Lustra, 2020). El poemario ha resistido a los embates del tiempo. Es una verdadera sinfonía habitada por un gran aliento de modernidad y de renovación en su escritura y composición.
Ave Soul, la sinfonía Pimentel
Por: Jorge Najar
París, Marzo 2021
Jorge Pimentel (Foto: Lustra Editores)
He vuelto a leer Ave Soul, de Jorge Pimentel (Lima, 1943), publicado por primera vez en Madrid (Editorial Rinoceronte, 1973); editado luego en Barcelona (Ediciones Sin Fin, 2013) y ahora en Lima (Lustra, 2020). El poemario ha resistido a los embates del tiempo. La palabra se ha ajustado. Y la música se ha intensificado. Es una verdadera sinfonía habitada por un gran aliento de modernidad y de renovación en su escritura y composición. Vigoroso y salvaje sigue ahí Balada para un caballo trotando “por la ciudad alocadamente… pensando muy triste en ti muy dulce en ti…” En un destello he visto en mi imaginación a un hombre en escena diciendo el poema, escenificándolo en una urbe gigantesca. He oído incluso los relinchos y la música de acompañamiento. Ahí está la voz aguardentosa del Sargento de Aguas Verdes relatando las altibajos de su vida.
Poemario de Jorge Pimentel fue reeditado en 2014. (Foto: Bereniz Tello/Casa de la Literatura)
Todavía nos sigue llamando la atención la polifonía del conjunto por la luminosidad, la sencillez y la potencia de un lenguaje capaz de engendrar sucesos imposibles de explicar por las leyes naturales. Tal el caso de Rimbaud en Polvos Azules. ¿Cómo así Rimbaud, el ángel terrible de la poesía, el traficante de marfil, aquel que sentó a la belleza en sus rodillas y la encontró triste, aparece en los barrios viejos de Lima, se echa un polvo y su compañera de seducciones lo borra de la ciudad con la punta de un lápiz labial?
El “milagro” Rimbaud, en la versión de Pimentel, viene de la mano de un narrador omnisciente que nos habla de un tipo que avanza “calle abajo con un sobretodo negro y un par de botines marrones.” Se trata de un hombre magro y solitario, come lo que sea en la calle, lee la prensa en los bares, distribuye volantes en prueba de solidaridad con las huelgas de los trabajadores que han invadido la ciudad; es fumador empedernido, lleva argollas en las orejas, y turbante en la cabellera para mayores señas. Estamos en un 18 de julio de 1972. “Una muchacha al reconocerlo le tendió la mano y le ofreció posada y su cuerpo a lo que él respondió invadiéndola de luces anaranjadas.” A partir del encuentro ambos parten por la calle Caquetá rumbo a los maravillosos hotelillos del Rímac. El testimonio de quienes asistieron al encuentro enriquece la anécdota, “su aparición podría traer funestas consecuencias al sistema”. Mejor dar parte a la policía, sugieren quienes asistieron al “milagro”. Pero felizmente un sanmarquino, como no, sostiene que había que cumplir al pie de la letra la consigna de Juan Nicolás Arturo Rimbaud: ‘Hay que cambiar la vida’ para lo cual “había que destruir todo un sistema inhumano injusto y atroz.” Un chiste sublime, fenomenal, la verdad, pero verdadero “milagro” al mismo tiempo. Milagro de la escritura. Una hazaña de la imaginación. La distopia total. No es el único componente del libro en el que asistimos a este fenómeno, el encuentro entre lo real y concreto y lo soñado.
El poemario plantea que aquel encuentro -lo real con lo soñado- tiene como efecto una verdad ineludible para el sujeto, desde la cual debe operar y contrastar con el mundo exterior, cambiando así su forma de ser para el mundo. El conjunto muestra también la posibilidad de que el sujeto incida en el mundo con la intención de reformularlo a partir de valores que la realidad actual no admite. Así, de manera clara, el poema Ave Soul alude a un encuentro con el paradigma de muchos poeta peruanos: Martín Adán. “(…) ser y estar y luchar / para alcanzar la belleza de ese árbol”.
Pero esos milagros no son los únicos componentes de este libro. Otro es este: “El poema que escribes cada día es el paraíso.” Resulta evidente que en los sucesos extraordinarios a los que me refería, el lector accede a lo más íntimo del sujeto para ponerlo en conexión con el mundo. ¿Cómo es que se lleva a cabo la escisión del sujeto, representado por la voz poética, con aquello que, desde el exterior, llama su atención y se configura como lo más auténtico de su ser? En uno de los poemas más intensos y reveladores de la condición del yo poético, Camino pedregoso, escuchamos: “Camino pedregoso que te alzas ante mi vida no sé / qué hacer sin ti eres parte de los deshielos y de los / abismos / eres parte de los labios que me hicieron / infeliz, parte de la pesadumbre del mundo, mitad y / fragancia de una pierna estirada en los follajes.” Aquí sí está transparente la identificación del sujeto.
En paralelo, intrínsicamente, evoluciona a lo largo del libro una voz que siente, piensa y habla sobre momentos luminosos y abismales. De entrada, en Ballesta I ya resuena esa voz: “Tu fortaleza que es tu espíritu / es mi preocupación / y mi mayor labranza.” Esa voz concentrada en la reflexión, alejada del exteriorismo y de las marcas socio-urbanas que campean en los otros poemas, se sublima en la tercera estancia: SISTRO. Se compone de tres poemas: 1. Náufrago, 2. Desconocido y 3. ¡Oh! equivocado, ¡oh! confuso, ¡oh! agonizante. En realidad es una pieza musical. Recordemos que el Sistro es un instrumento muy antiguo con forma de aro o de herradura, que contiene platillos metálicos insertados en unas varillas, y se hace sonar agitándolo. Pues bien, la música de ese instrumento acompaña al canto en el que el hablante y un náufrago se convierten en relámpagos y caen sobre la tierra. El yo poético, desde un estado de conmoción le habla al náufrago: “Náufrago, que el humo de tu cigarro diseñe / la escalera que buscas / y el desván que todos los días / cierras irremediablemente. / Porque desde que me dijiste sígueme, / sígueme, no dejo de cumplir / con el ciruelo amargo.”
En el poema Desconocido estamos ante una sucesión de interpelaciones, diría más bien conjuros, ante un ser desconocido, unas veces como misterioso, otro como muy familiar, algo de Dios, algo de Satanás, algo del extranjero que habita dentro de nosotros mismos: “Desconocido, te sé retornando casi siempre a la transfiguración / y al caos, donde sólo se oye / la voz de la aldaba más fiera y corroída / que manda alejarte.” Como si en la intensidad del lirismo el yo hablante hablara consigo mismo.
Cierra esta estancia ¡Oh! equivocado, ¡oh! confuso, ¡oh! agonizante. Una verdadera imprecación en la antífrasis al proponer para su interlocutor cualidades contrarias a las que realmente posee:
“Oh! equivocado, oh! confuso, oh! agonizante,
cuídanos de canallas, gente sin piedad,
cuídanos de una audiencia de dioses,
de dioses para matar, de dioses particulares
ajenos a este mundo, de dioses que agonizan,
que no dieron soluciones, que no acertaron
a explicar, que nunca dieron respuestas,
que llegaron a tener la edad de la tierra
y sobrevivieron hasta ahora repitiendo
lo enunciado en un principio, dioses que
propiciaron las matanzas, la muerte, el
hambre, ídolos que nos condujeron a
buscar refugio en la agonía de la noche
nombrándonos tierras estériles, pozos de
agua inexistentes, falsos nombres de mujeres.
Ave Soul, ya lo dije, es una sinfonía, un poemario donde todos sus componentes suenan armónicos. Una composición musical despercudida de proclamas y por lo mismo habitada de interrogaciones. Diría incluso que ha sido pensado en el profundo desarraigo de un hombre extraviado dentro de su propio contexto. Por eso mismo, por momentos, el verso de Pimentel respira ira. En “Camino pedregoso”, le oímos decir: “Te fallé como trapero, como amanuense, como jilguero, como payaso, como lo que la vida hizo de mí, mas no como poeta.”
Si en su primer libro Kenacort y Valium 10 nos asombraba el retrato del joven poeta en la mesocracia limeña: “Yo poeta consentido por sus padres le temo a muchas cosas, sobre todo cuando me hallo rodeado de personas por las que no guardo ningún respeto.” Ahora en “Ave Soul” el espacio del conflicto por la existencia se ha ampliado. Se privilegian los lugares abandonados y los turbios personajes que pueblan un mundo violento. Se ha limpiado la música cuando se enfrente con la celebración de la existencia y su defensa del individuo. Y en ese combate, el poeta se siente como un exilado. Un pieza central en el concierto de la poesía contemporánea.
Ojo: se busca un gran “maestro” para llevarla a escena.
Jorge Nájar
París, Marzo 2021
Creditos:
Foto Kenacort & Valium : Ediciones La Ratona Cartonera