"En París, su imprescindible poesía ganó la posteridad. Erguida ante nosotros por su potencia vital y por su misterio, resuena en toda ella la voz de un mestizo cabal, nieto de curas gallegos y de mujeres nativas de la sierra del norte del Perú". Un artículo escrito por Jorge NáJar*
De Santiago de Chuco a Montparnasse
Por: Jorge NáJar*
El poeta César Vallejo nació en el pueblo de Santiago de Chuco, en el norte peruano, el 16 de marzo de 1892, y murió en París, el 15 de abril de 1938. En su juventud formó parte de la bohemia literaria de Trujillo. En 1918, publicó en Lima Los heraldos negros y en 1922, Trilce. En 1939, aparecieron sus poemas póstumos -incluidos los que integran España, aparta de mí este cáliz- con el título de Poemas humanos.
Recién llegado a la capital francesa, el poeta escribe «Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande». Y, años más tarde, en Piedra negra sobre piedra blanca señalaba: «Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París -y no me corro-». La escritura entendida como un cuerpo trenzado de emociones, una poesía que transforma la experiencia del mundo en materia de la operación verbal, tal fue la hazaña conseguida por César Vallejo. Llegó a París a los 31 años de edad, después de haber erguido uno de los pilares no solo de su obra personal, también de la vanguardia en lengua española: Trilce. Viniendo de La Rochelle, el puerto francés donde acoderó el barco, bajó del tren en la Gare de l’Ouest-Rive gauche, -hoy Estación de Montparnasse-, el 13 de julio de 1923. Llegaba «tan solo por unos meses» como había escrito a uno de sus hermanos. No sabía que se quedaría para siempre. Tampoco sabía que en vida no volvería a publicar otro libro de poesía. Tal vez, de quedarse en el Perú, hubiese sido juzgado y condenado por unos confusos y dramáticos sucesos en Santiago de Chuco, ocurridos el 1 de agosto de 1920, de los que fue acusado, sin pruebas, de ser el autor intelectual. Tal vez, liberado de esas acusaciones, se hubiera orientado hacia la turbulenta vida del periodismo de los años veinte y treinta. Quien sabe se hubiera convertido en uno de los dirigentes de los partidos políticos que surgieron en Lima por aquellos años.
En París fue cronista de modas y extravagancias urbanas para evolucionar hacia la reflexión política. Persistió en sus búsquedas narrativas y se extravió en el anhelo de una obra dramática. En París vivió un tercio de su existencia -salvo los breves períodos de sus viajes a Moscú y sus estancias en España- hasta el día de su muerte el 15 de abril de 1938. En las tabernas y merenderos de esta ciudad vivió los años de su más turbia bohemia. Siguiendo el rumbo de hoteles sin estrellas se puede reconstruir gran parte de su recorrido existencial en la ciudad soñada, cuya autoridad policial consideró en diciembre de 1931 que Vallejo debía abandonar el territorio francés por razones de seguridad pública. Contrajo matrimonio en 1934 -después de regresar a París clandestinamente- con Georgette Philippart, su «petite fille adorée.» Aquí, en los hoteles populares, en los restaurantes más baratos, en los bares de su predilección, escribió la parte más intensa y lúcida de su poesía, solo publicada después de su fallecimiento en el conjunto llamado Poemas humanos, dentro del cual, sostienen algunos, duermen dos poemarios «fantasmas».
Hacia los últimos días de su existencia plasmó un himno sacro: España, aparta de mí este cáliz. Escrito y corregido en el contexto de la Guerra Civil española, en los merenderos de la rue de La Gaîté, según testimonios de su amigo René Mossison. En esa poesía asistimos a la irrupción del hombre, del otro, del prójimo y de la microhistoria para transportarla a una categoría universal. Y así «reventar el vientre hidrópico de las ideologías y el edificio aplastante de la macrohistoria», como sostuvo José Ángel Valente.
En París, su imprescindible poesía ganó la posteridad. Erguida ante nosotros por su potencia vital y por su misterio, resuena en toda ella la voz de un mestizo cabal, nieto de curas gallegos y de mujeres nativas de la sierra del norte del Perú.█
(*) Poeta y traductor peruano.
Este texto forma parte de su libro
César Vallejo, la vida bárbara.
Lima, Cinco Editores, 2019.
IDILIO MUERTO
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.
Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: «Qué frío hay... Jesús!»
y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
En Los Heraldos Negros (1918)
XIII
Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.
Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la sombra,
aunque la muerte concibe y pare
de Dios mismo.
Oh Conciencia,
pienso, sí, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.
Oh escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.
¡Odumodneurtse!
En Trilce, 1923
HOY ME GUSTA LA VIDA MUCHO MENOS
Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.
Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tanta vida y jamás!
¡Tantos años y siempre mis semanas!...
Mis padres enterrados con su piedra
y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi ser parado y en chaleco.
Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste, aquel; una frente esta, aquella... Y repitiendo:
¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!
¡Tantos años y siempre, siempre, siempre!
Dije chaleco, dije
todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que
queda al lado
y está bien y está mal haber mirado
de abajo para arriba mi organismo.
Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tanta vida y jamás! ¡Y tantos años,
y siempre, mucho siempre, siempre, siempre!
En Poemas Humanos, 1939
MASA
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra
la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
En España, aparta de mi este cáliz, 1937
Foto de la portada: César Vallejo y Georgette Philippart en Versalles, 1929. Foto: J. D. Córdova
Fuente: Quipu Virtual - BOLETÍN DE CULTURA PERUANA - EMBAJADA DEL PERÚ EN ESPAÑA - Nº 46 16/4/2021