¿Qué me trae el libro de Yves Prié?

Perú
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"El silencio de la memoria abre el horizonte; y el artista, con sus gestos, restaura la ofrenda de los colores. El viento, en sus lápices, lava el horizonte. El verano libera de lluvias al acantilado. Aprendo en los meandros del dibujo. Algo que quiero mencionar en estas rápidas líneas es el asombro, el deslumbramiento ante la fragilidad de la existencia ante la consistencia de lo concreto. Veamos este bellísimo texto" (Sonia Luz Carrillo).

¿Qué me trae el libro de Yves Prié?


A proposito de Carnets de la Isla de Yves Prié

Por Sonia Luz CarrilloSonia Luz Carrillo 1

 
Cerré el libro luego de una primera lectura y me pregunté ¿con qué me quedo? Admiro su portada áspera, sin plástico que desnaturalice la textura de papel color tierra. Disfruto el objeto libro. Libro con poemas.
 

Me felicito también de haber ayudado a la joven que lo trajo a mis manos a abrir el paquete y extraer un ejemplar, ese goce que los autores y lectores tenemos cuando un libro fragante se abre por vez primera a nuestros ojos. Y más goce cuando ese objeto cuidadosamente confeccionado contiene en su interior poesía.

Se abre un mundo. El de la voz que nos habla en cada texto. Se produce un encuentro con un ser que a la distancia nos está dando señas de su interioridad a partir de la potencia evocadora de las imágenes. Y lo que ellas nos provocan.

¿Qué me trae el libro de Yves Prié, este escritor nacido un año antes que yo en Bretaña en Francia, qué me dice a mí, escritora peruana que recién lo conozco en este siglo veintiuno y en plena trágica pandemia?

Me repite algo que desde hace mucho tiempo conozco: que la poesía no sabe de fronteras, la poesía le falta el respeto al tiempo e incluso, con un excelente trabajo de traductor, como es este caso, se burla de las trabas de un idioma.

Y entonces ¿con qué me encuentro? Con observaciones y contemplaciones que en algunos casos suscribo en tal grado que me parece que sostuviéramos con el autor una larga amistad de frecuentes diálogos.

Destaco entonces su precisión al dotar de habla a trozos del paisaje. Sin embargo, en este mundo de contemplaciones, un elemento esencial es el silencio. Silencio al que se atribuye una serie de sentidos (“El silencio capta la luz / y yo aprendí del mar/ de sus asaltos que queman las piedras…”).

“El paisaje vacila entre la luz y la sombra. Siempre habrá una/ esperanza errante en el mundo –una larga frase acechando a/su escucha–. El tiempo pasa y agota nuestra espera. Pero esta/tarde, el horizonte se ha plantado delante de nosotros, como un/familiar en la puesta del sol, el viento permanece inmóvil en la/transparencia del agua. El silencio capta la luz; y yo aprendo/del mar, de sus asaltos que queman la piedra.”

Aquí reitera la necesidad del silencio:

El silencio de la memoria abre el horizonte; y el artista, con sus gestos, restaura la ofrenda de los colores. El viento, en sus lápices, lava el horizonte. El verano libera de lluvias al acantilado. Aprendo en los meandros del dibujo.
Algo que quiero mencionar en estas rápidas líneas es el asombro/ el deslumbramiento ante la fragilidad de la existencia ante la consistencia de lo concreto. Veamos este bellísimo texto:

Contaremos acaso las horas
que pasamos contemplando el horizonte
Hay demasiadas piedras
demasiadas olas
Nos sorprendemos de este mundo
suspendido al titubeo de un acantilado
Su existencia se ha fijado en el vacío donde
tierra y mar se ignoran
Esta tarde
en su flanco un árbol consume el poniente

El dueño de la palabra, esta voz que se nos va haciendo cercana y nos alcanza lo desconocido, se percibe a sí mismo como un “pasajero precario” y nos dice “No somos más que una isla/ en los bordes del tiempo…”

La idea se refuerza, líneas más adelante, con esta prosa en poesía donde nos advierte: “Nadie se acordará de tus palabras. Tu voz se desvanece en el agua y de ella solo quedará una vibración como rozando el extremo de una roca, como una incisión en la punta del aire.”

En la sección “Taller del pintor” encontramos una hermosa arte poética que no quiero dejar de compartir:

En el incesante alboroto
de tierra y fuego
En la fractura de los acantilados
con agudo anhelo de vivir
El artista ataca el papel con su furia
Inmortal lenguaje
de palabras y colores
dejando
perderse el día
en las incertidumbres
de la sombra
Y renacer siempre
reinventar el mundo
en los pliegues de la roca
donde la ola cava un refugio

Una constante en esta poesía es el olvido, calificado de virtud; el carácter efímero de todo, el consejo a conformarse con este signo de la cancelación:

Adonde nuestros pasos nos lleven
inútil es inquietarse de la huella
dejada para la avidez de las mareas
Las arenas movedizas nos enseñan
las virtudes del olvido
Detener el tiempo
en el instante en que la noche
se ahonde en los sueños
Nada llena el vacío
dejado por la erosión del horizonte

 

La hora lenta o el gusto de decir No

Con una prosa que es casi una declaración de principios se cierra una parte importante del libro. Se cuestiona las reglas del comercio y se proclama el gusto de negarse oponiendo un silencio desdeñoso a las propuestas inconvenientes, lo que el autor llama “el honor de los rechazos”. Una postura ética.
A un mundo de prisas, de compromisos y de tiempos breves de gestos repetidos y autómatas, el poeta opone como gesto de oposición, gesto rebelde: saborear el tiempo

Agradecer esta hora en que el libro en las manos
el tiempo se olvida de sí mismo
Ya no se trata de instantes
es la inmovilidad del sol
la que dicta su ley
Estar ahí es nuestra suerte
No injuriar el tiempo. Es el sabor de los días.
Concedámosle la lentitud de las noches cuando el alma se olvida.

El tiempo está suspendido
el silencio se ampara del mundo
en su densidad
Esta hora está llena de creaciones
el crepúsculo marca los rostros
Vendrá la noche a posar aquí
su velo de eternidad

Aquí pudo haber terminado el libro. Sin embargo, el poeta añade la metáfora de la masa en contacto con la levadura “El canto de la levadura” y termina celebrando el don de las energías vitales.

Sonia Luz Carrillo. 
(Lima, 26 de febrero 2021)

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