Al promediar 1969 ha empezado a circular la segunda edición de un raro libro de versos, cuyo autor es Carlos Oquendo de Amat. Lleva por título 5 metros de poemas (1) y fue editado, por primera vez en Lima, en el año 1927 (2). Tiene carácter de homenaje esta reimpresión, hecha también en Lima, y que ha tratado de ser lo más fiel posible a aquellos ejemplares de hace cuarenta y dos años.
Tanto 5 metros de poemas como su autor estaban recubiertos por una espesa capa de olvido. El libro era prácticamente inhallable en el Perú; en cuanto al recuerdo del poeta, muerto en Navacerrada, en marzo de 1936, se perdía en la distancia de los años, y la noticia de su prematura muerte seguía pasando, casi inadvertida, para sus compatriotas.
El discurso de Mario Vargas Llosa, durante la ceremonia de entrega del premio «Rómulo Gallegos”, fue el tábano que hizo despertar a todos los que algo tenían que decir sobre Oquendo. Las brillantes palabras del autor de La ciudad y los perros, que presentaban al poeta, nacido en la ciudad de Puno, como ejemplo de sacrificio en aras de su vocación de escritor, extrajeron del silencio total una voz que los años no habían alcanzado a marchitar. A partir del 4 de agosto de 1967, día de este discurso en la ciudad de Caracas, las espesas paladas de olvido que habían caído sobre hombre y obra, empezaron a ser retiradas. No uno, sino varios, comenzaron, aunque con lentitud, justo es decirlo, a trazar un camino que los condujera hasta esos años (1922-1936) en los que Oquendo escribió, sufrió y finalmente murió en un sanatorio para enfermos del pulmón, en la sierra del Guadarrama.
Hoy quienes no lo conocimos. físicamente podemos leer su minúscula obra, sólo dieciocho poemas, reunidos en un librito con forma de acordeón y que él aconsejó: «ábrase como quien pela una fruta”. Es posible, gracias a esta segunda edición, descubrir que varios de esos versos, de una pureza inefable, son aún tiene vigencia son vivo y valioso eslabón de la poesía peruana.
Lamentablemente, no ocurre lo mismo con la dura vida del poeta. Ni sus años limeños, ni aquellos vividos en las sierras, tanto de Perú como en Bolivia, llegan hasta la actualidad a través del testimonios orales o escritos de sus compañeros de generación. Menos aún se conoce acerca de esos tres meses que pasó entre la vida y la muerte en dos hospitales castellanos. Oquendo de Amat, tras haber sufrido prisión en el Perú, Por razones políticas, balo el mandato del general Benavides, en rumbo hacia Europa. habiendo desembarcado tu puerto francés y visitado París, y casi de inmediato, aconsejado por Francisco García Calderón, ministro del Perú en Francia, se dirigió a Madrid, a donde llegaba enfermo, con un exiguo equipaje y unas ansias infinitas de salvar su vida de treinta y dos años. Los documentos que testimonian su presencia en Madrid, y luego en Navacerrada, son escasos, pero suficientes como para bosquejar uno de los cuadros más tristes y patéticos que de andanzas de escritores se conozcan. Oquendo fue de un hospital a otro en busca de salvación. Gritó, se exasperó, exclamó, pidió y consiguió ser trasladado, en la esperanza de que ese cambio le devolvería la salud; y del sanatorio de Guadarrama también hubiese salido. para marchar a otro, que en nada le hubiese ayudado, de no ser porque las garras de la muerte quebraron el hilo de vida que aún palpitaba en ese cuerpo magro; justamente cuando el estudiante de medicina, peruano, Enrique Chanyek, había ido enviado por el consulado del Perú en la capital española, para organizar el traslado a otro sanatorio.
Los restos del poeta, de este joven lirida, desconocido para España aun cuando exhaló su último suspiro en estas tierras, y olvidado por el grueso de sus compatriotas, descansaron en el cementerio situado junto al hospital donde falleció, pero jamás podrán ser hallados, porque la metralla de la guerra civil epilogó macabramente este capítulo de Oquendo, borrando su tumba de la tierra castellana.
Poesía vigente
La breve obra de Oquendo de Amar queda prácticamente reducida a 5 metros de poemas. Se desconoce si dejó en el Perú algunos otros poemas a trabajos en prosa, escritos entre 1929 y 1935, años en que su actividad política superó a la poética; y se descarta la posibilidad de que en Europa haya incrementado la producción, pues ya su salud era precaria desde que tocó sucio francés, y a los pocos días de llegar a Madrid los médicos del hospital de San Carlos, de la Facultad de Medicina, lo desahuciaron.
Es menester separar los poemas de amor de los restantes que son los menos representativos del poeta, los que se ajustan simplemente a normas vanguardistas (tipografía, formas caprichosas, dinamismo, exceso de metáforas, inconexas entre sí) pero de escasa calidad. Convirtiéndose en un mínimo aporte a la poesía vanguardista peruana. En cambio, sus poemas de amor, en los que el erotismo se cruza muy fugazmente, no pertenecen ni al ayer ni al presente, son emblemas de ternura superlativa. En Oquendo se licúa la emoción que la humanidad doliente le causa, el cariño que la mujer le despierta, su ingenuidad de adolescente y su fidelidad a la palabra madre. y sus poemas, esos cortos y escasos versos, descienden desde ese numen ele amor al prójimo, vienen al mundo cristalinos, puros. impolutos, totalmente exentos de odios y asperezas, como si el poeta, al escribirlos, olvidase el doloroso marco que encerraba su vida; ni el hambre física de todos los días, ni el tugurio lacerante donde se cobija, ni los deseos frustrados por su incapacidad económica, nada en absoluto manchan estos versos, esta poesía tersa e inmaculada: «Tu nombre viene lento como las músicas humildes / y de tus manos vuelan palomas blancas”; le dice a su madre, con quien –durante los años de adolescencia y primera juventud– ha compartido el pan de la miseria.
Y ante una chica de su pueblo, cuando el poeta, nacido en 1904, empieza a escribir los versos que formarán el libro que comentamos, allá por 1923. le canta: «Aldeanita de seda / ataré mi corazón / como una cinta a tus trenzas». Pero esta voz dulce, ingenua. Enteramente provinciana, mas no indigenista, en absoluto folklorista, se tonifica en la ciudad, se hace más adulta y universal, pero sin perder su condici6n de pureza. «Tu bondad pintó el canto de los pájaros / y el mar venía lleno de tus palabras.» Hasta alcanzar grados de fiebre erótica en «Poema”, cantando con pasión: «mírame /que haces crecer la yerba de los prados / Mujer / mapa de música / claro de río / fiesta de fruta.»
Se podría pensar en un enorme contrasentido si a estos poemas se opone la actitud política de Oquendo; activo y valiente opositor de las formas caducas; luchador incansable, desde la tribuna, en pro de la libertad. Parece imposible que el candor de unos versos corno: «Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura», sea lo más representativo de este joven poeta, de quien se escribió: “Oquendo, Oquendo / tan frágil que el olor / de una flor te desvanecía ... « Había sido uno de los más fervorosos discípulos de Losé Carlos Mariátegui; uno de los que con más denuedo defendió las ideas de ese gran pensador y político peruano; y de los pocos que hasta el último instante de su vida se mantuvo leal a esa ideología. En su apabullada maleta de cartón solamente se hallaron unas cuantas prendas de vestir y un ejemplar de El Capital.
Una perfecta dicotomía se da en la persona de Oquendo de Amat, su condición de político y su fervor por la poesía; dos cauces que jamás se entrecruzaron, que marcharon paralelos sin aproximarse ni rechazarse. La noble tarea de poeta no se vio nunca invadida por las ideas que él agitó en su diario existir. Aunque es obligatorio, al encarar este aspecto, que Oquendo divida su vida en dos etapas, la primera hasta 1929, con predominio de la poesía; la segunda, después de 1929, de mayor contcnido político que poético.
Ese hombre, herido por la indiferencia del próximo, humillado diariamente, en su condición de ser humano, al entrar en el tugurio que habitaba; despreciado por una sociedad que no toleraba su pobreza refugiado en la soledad, adonde lo empujaba su timidez, no abofetea a sus congéneres cuando escribe; no emite alaridos ni dama venganza. La agresión del desprecio recibida durante muchos años la devuelve diciendo: “Los árboles cambian et color de los vestidos»; “Para ti / tengo impresa una sonrisa en papel lapón»; o «y paisajes suspendidos del dedo meñique / con ríos bondadosos y cielos palpables”. Qué lelos está, ya no el odio, sino el rencor, hasta el malhumor, de esta poesía que rezuma tanta ternura. Qué lejos estaba Carlos Oquendo de Amat, poeta, del otro Oquendo de Amat, que participaba en mítines, que encaraba las más duras situaciones, que se preocupaba
por profundizar en los conocimientos que le permitieran sustentar, con más firmeza, sus ideas políticas. Qué conjugación tan perfecta había logrado ese hombre joven, de salud endeble y triste vivir; qué perfecto acoplamiento de dos facetas tan disímiles en muchas oportunidades.
El amor
En sus poemas, Oquendo no siempre cumple con los postulados surrealistas. Lector fervoroso y voraz de Bretón; seguidor leal y enterado de todas las nuevas tendencias literarias, suele perderse por momentos en la encrucijada de los ismos. El ultra se descubre en varios poemas, de «Redam” por ejemplo: “Hoy la luna está de compras / Desde un tranvía / el sol como un pasajero / lee la ciudad.” Metáforas sueltas. que se suceden con exceso.
La influencia del cine, que fue tan poderosa e importante, sobre la poesía de aquellos años, es evidente en Oquendo, y resulta una de las vertientes más propicias para ser estudiadas en este poeta, que fundó la revista Celuloide, dedicada al cine, conjuntamente con otro poeta peruano que yació muchos años en el olvido, Adalberto Varallanos. En su libro 5 metros de poemas, cita nombres de actores, menciona palabras propias a este arte, consigue un dinamismo verdaderamente cinematográfico por momentos; y para completar este aspecto, un detalle más, la división que marca en su libro, entre los poemas pertenecientes a 1923 y los de 1925, es propia de un cine, es el cartelito que pone: «10 minutos de intermedio”, colocado en forma harto caprichosa y que se utiliza para separar un film de otro, durante las sesiones cinematográficas.
Otra de sus tendencias es la de describir o retratar ciudades, sobre las que debió haber leído pero que nunca visitó, como New York o Amberes, por ejemplo. En esos poemas, Oquendo es totalmente surrealista: «Coney island / la lluvia es una moneda de afeitar.» «Se alquila / esta mañana.» «El cielo de pie con su gorrita a cuadros» o «Amberes / el calor es como un pensionista.”
Pero todo esto que entraba en el animado luego de los ismos, en Oquendo no alcanza el nivel que sí logra su poesía de amor. Por momentos, en estos versos hondamente afectivos, se tiene la impresión de que el poeta pretende solamente cantar· al amor, como si se tratará de levantar monumentos que testimonien su admiración. con excepción del poema Madre», incluido dentro de los poemas de amor, los demás pueden ser cantos o diálogos con una mujer que ama, conoce y frecuenta o con una idealizada diosa que le inspira delicadas voces: «El paisaje salía de tu voz / y las nubes dormían en las yemas de tus dedos.” Nunca se ha podido señalar con claridad si en la vida de Oquendo hubo la presencia física de esa mujer o si fue una incorpórea visión que arrulló los sueños del vate. Aun cuando a través de su poesía se tiene que interpretar que el poeta no habla o no le habla a una sola mujer, sino a dos por lo menos. Como también, que de la timidez y candorosidad de la primera parte de su poemario, escrita en 1923, con su «aldeanita», pasa a momentos febriles en «Compañera», diciéndole: “y yo regaba la rosa de tu cabellera sobre tus hombros». Y en “Poema del mar y de ella»; “Yo sé que tú estás esperándome detrás de la lluvia / y eres más que tu delantal y tu libro de letras.»
Y sobre todo, aquella ingenuidad de adolescente, desaparece en “Poema” cuando canta: déjame que bese tu voz / tu voz / que canta en todas las ramas de la mañana”, y en “Obsequio”: “Por sembrar un beso / balo la alta palmera de una frase tuya.” Oquendo, enamorado del amor o de una mujer de carne y hueso; conociese solamente a esa “aldeanita” o a esa otra, tal vez de la ciudad, levantó una catedral de cariño y adoración con su ternura y precisó escasas y simples palabras para ello.
Hay, además, dos poemas en los. que todo lector atento suele detenerse; son ellos: «Madre», verdadera música, sensacional valoración de la misión maternal. poema que es menester leerlo en su integridad para poderlo sopesar con justicia y que fue escrito en 1925, cuando el autor había cumplido los veintiún años, y «Poema del manicomio», perteneciente a la primera parte, en el que se confiesa temeroso de la ciudad: “Tuve miedo / y me regresé de la locura.» Y luego desmenuzará el porqué de su temor \ Tuve miedo de ser / una rueda / un color / un paso.” Y finaliza, ya adaptado al medio o por lo menos superando esos miedos iniciales: «Pero hoy que mis ojos visten pantalones largos / veo a la calle que está mendiga de pasos.”
El poema «Madre» hace pensar en un altar de amor que borra totalmente el horroroso contorno físico en que se halla encerrado el poeta y su madre viuda. Ha sido este manojo de versos el que con mayor frecuencia: se ha publicado en antologías o en artículos recordatorios sobre poetas de aquellos años:
Tu nombre viene lento como las músicas humildes
y de tus manos vuelan palomas blancas
Mi recuerdo te viste siempre de blanco
Como un recreo de niños que los hombres miran desde aquí distante.
Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura.
A tu. lado el cariño se abre como una flor cuando pienso.
Entre ti y el horizonte
mi palabra estás primitiva como la lluvia o como los himnos
Porque ante ti callan las rosas y la canción.
Oquendo, el Oqucndo de aquellos años señalado en 5 metros de poemas, 1923·25, incluso el del año 1927, fecha en que se editó el poemario (aun cuando hay quienes aseguran que apareció en 1929), no puede ser considerado como un poeta que haya rehuido el compromiso con el momento histórico-político que le tocó vivir; como testimonio de que así fue está su acercamiento al famoso pensador y político José Carlos Mariátegui; el enorme esfuerzo que hizo para enriquecerse con el conocimiento de las nuevas ideas y, más tarde, su decidida participación activa en acontecimientos políticos producidos entre 1931 y 1935, cuando en el Perú, gobernado por el general Sánchez Cerro, primero, y por el general Benavides, después, las persecuciones; los encarcelamientos y las deportaciones, eran lugares comunes.
La ternura de su poesía jamás se ve mancillada. por violencias ideológicas y, es más, de aquellos años en que Oquendo de Amat intervienen en debates y mítines políticos, no se conoce ninguna narración., ningún poema, nada escrito por él. No hay revista o diario de la época que recoja su producción, ya en prosa ya en verso. Nadie puede afirmar o negar, en la actualidad, que el poeta puneño no haya escrito después de 1929.– CARLOS MENESES (Pedro Mariel, 26. PALMA DE MALLORCA).
(1) 5 metros de poemas, de Carlos Oquendo de Amat. Editorial Decantar, Colección Retorno. Lima, 1969
(2) El poeta Rafael Méndez Dorich, así como otros contemporáneos de Oquendo de Amat, recuerdan que el poemario se editó en 1929 y no en 1927 como se dice en la segunda edición recientemente lanzada.
FUENTE : La angustia y el amor de Oquendo de Amat a través de sus «5 metros de poemas», Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, abril,1978. N° 244, pp. 243-249
CREDITO FOTO: Foto de Carlos Meneses. http://urbanotopia.blogspot.fr/search?q=meneses